ANTIGUA, ENTRE EL PASADO Y EL FUTURO


Lo que primero llama la atención de esta ciudad es su nombre: Antigua Guatemala o, simplemente, Antigua.

La mejor vista del conjunto de la ciudad, con su trazado de tablero de ajedrez, se obtiene desde el Cerro de la Cruz, con el volcán de Agua al fondo.

El volcán de Agua, a menudo velado de nubes, vigila desde lo alto los cromáticos edificios y cúpulas de la ciudad.

En realidad, Antigua es un nombre sobrevenido. El auténtico era el de Santiago de los Caballeros de Guatemala. El lema, la muy noble y muy leal.





Los muros, fachadas y esquinas de la ciudad retrotraen a la ciudad colonial que el tiempo y los sismos anclaron en el tiempo 

"Antigua" viene de haber sido la vieja capital de Guatemala, que se trasladó en 1776 a Nueva Guatemala de la Asunción, tres años después de que un pavoroso terremoto ocurrido del día 29 de julio de 1773, festividad de Santa Marta de Bethania, arrasara la ciudad, algunas de cuyos ruinas recuerdan hoy la magnitud del desastre.
Restos de la catedral, dedicada a San José. Hoy la mayor parte del edificio permanece en ruinas, mientras los feligreses utilizan una pequeña porción del antiguo espacio. 

Muros desguarnecidos del convento de Santa Clara (Antigua)

Aquel fue el golpe definitivo a la capitalidad en una tierra geológicamente convulsa, pues el emplazamiento de Antigua fue elegido al tener que trasladar la anterior ubicación de la Ciudad de Santiago de los Caballeros de Guatemala, ubicada en las faldas del volcán de Agua, en el valle de Almologa, por quedar arrasada el 11 de septiembre de 1541 por una avalancha de agua y lodo (lahar) tan solo catorce años después de su fundación. En numerosas  ocasiones tembló la nueva ciudad durante los siglos XVI y XVII, pero fue en el verano de 1717 cuando el volcán de Fuego inició un periodo de fuerte actividad que motivó el terremoto de San Miguel, cuyas consecuencias hicieron a muchos pensar en la posibilidad de un nuevo traslado de la capitalidad de la Capitanía de Guatemala. De nuevo en 1541, en  el día de San Casimiro (el 4 de marzo), la ciudad tembló haciendo rezar de nuevo a sus vecinos, confesar a gritos sus pecados o simplemente correr despavoridos. Pero el desastre de 1773 fue el definitivo para que el Capitán General Martín de Mayorga ordenara el traslado de la ciudad a una zona que consideró menos peligrosa, levantándose el trazado de lo que sería Nueva Guatemala de Asunción, hoy Ciudad de Guatemala.


El Ayuntamiento, presidiendo la Plaza Mayor.

Antigua, desecha por el último terremoto y saqueada y abandonada a su suerte tras el traslado de la mayor parte de su población, languideció hacia un paisaje de ruinas que se fueron cubriendo de verdín y nostalgia, para resurgir lentamente a finales de siglo, aunque ya nunca volvería a ser la gran ciudad capital de Guatemala.


La destrucción, vestida de ruinas, coexiste con la colorida actividad comercial en la actual Antigua.





Las intersecciones perpendiculares de las calles permiten recuperar el espejismo de volver atrás, al menos tres siglos, en el tiempo

Antigua es hoy una ciudad con un gran atractivo turístico, lo que la ha revitalizado, aunque también la estigmatiza con algunos de los males que conlleva la gran industria de los viajes y las visitas. Una inevitable sensación de artificio embarga en muchos lugares al viajero, aunque la calidad de numerosos rincones del paisaje urbano permiten rescatar la magia de la evocación.

Desde la altura el color de la ciudad se transmuta en más verde de lo que los recorridos por sus calles permiten sospechar: la razón estriba en que patios y corrales interiores esconden un mundo vegetal que la vista de águila descubre desde el mirador del Cerro de la Cruz.

Las calles y paisanajes urbanos rememoran la vieja urbe colonial de trazado cartesiano geométrico compuesto por casas bajas y coloristas que fue . Pero los interiores, particularmente los que rodean la nuclear Plaza Mayor, abusan del comercio destinado al turista: restaurantes, tiendas de recuerdos, artesanías, pequeños museos comerciales,... Como en tantos otros lugares, lo que permite y activa la vida económica de la ciudad le roba a ratos parte de su autenticidad.

El Arco de la Victoria se ha convertido en emblema de la ciudad


Afortunadamente, la ordenanza sobre luminosos y rótulos impide el tránsito obsceno hacia la horterada que la mercadotecnia turística podría haber impreso en los austeros perfiles coloniales de Antigua, permitiendo que la ciudad mantenga su encanto de ciudad evocada y evocadora.

Muros encalados, pintados y coronados de flores, en Antigua

Por doquier aparece la huella telúrica de la rotura  de la ciudad: ruinas y más ruinas, de gran belleza en muchos casos, obligan a volver la vista al omnipresente Volcán de Agua que desde su piramidal altura supervisa el devenir de la ciudad y le recuerda la cercanía del inestable límite tectónico.

Ruinas del convento de Santa Clara

No fue Antigua la primera ciudad establecida en este valle de Sacatepéquez y ni siquiera la segunda.

Color y forma que evoca el mundo maya.

Hubo una primera y efímera ubicación en Iximché, la capital de los kaqchiqueles. Éstos habían sido, al inicio de la conquista,  aliados feroces de Pedro de Alvarado a la hora de enfrentarse a los quichés, pero luego se convirtieron en enemigos, luego masacrados por las tropas del español. Dada la inseguridad del enclave, pronto se decidió el traslado de la capitalidad de la Capitanía a la que sería primera ciudad de Santiago de los Caballero en el valle de Almologa, peligrosamente ubicada en las faldas del volcán de Agua. Fue en 1527, tan solo tres años después de la elección de Iximché (hoy Tecpán).

El omnipresente Volcán de Agua, asomando  sobre los tejados del Hotel Villa Colonial.

Al volcán de Agua no debió gustarle aquel emplazamiento de la ciudad hispana y envió una brutal inundación que arrasó la incipiente ciudad, sepultando entre otros muchos a la ya por entonces viuda de Alvarado, Doña Beatriz de la Cueva.

Beatriz había sido la segunda mujer de Alvarado y, como su hermana Francisca, que fue la primera esposa del conquistador, pertenecía al linaje de Don Beltrán de la Cueva. Ambas vinieron al Nuevo Mundo desde la Úbeda ibérica, y ambas compartieron una escasa fortuna en sus respectivos matrimonios con Pedro de Alvarado. La primera porque pereció apenas llegada del viaje a las Indias. A la segundo se le fue el marido en muy escaso tiempo y posteriormente pereció en la inundación aludida.

La muerte de Beatriz es recordada en una lápida que acompaña el pequeño vestigio que resta del palacio ubicado en aquel segundo emplazamiento de Santiago de los Caballeros, hoy Ciudad Vieja, muy cerca de Antigua. La placa recuerda a Doña Beatriz bajo el calificativo de "la sin ventura", por haber enviudado apenas un año después de su casamiento. Pero menos ventura aún supuso que tan solo un día después de ser nombrada gobernadora de la incipiente ciudad el agua y las piedras arrasaran la ciudad y acabaran con ella.

"Detened el paso, viajeros. Esto es lo único que hoy queda del Palacio de los Conquistadores de Guatemala. Aquí perecieron la sin ventura Beatriz de la Cueva y once damas de su corte en la catástrofe de la ciudad", reza la lápida junto a los escasos restos en pie del palacio de la Ciudad Vieja.

En el suelo baldío de la catedral desventrada y abierta a los cielos, junto a la entrada de una cripta yerma, otra lápida recuerda que aquí fueron sepultados los restos de Pedro Alvarado y su familia. En dicha lápida se menciona también a doña Luisa Xicohtencatl, el nombre que adoptó la hija de un cacique tlascalteca con la que Alvarado tuvo una hija. Nombre, por otra parte, que rescata un estupendo local panadería-restaurante en la actual Antigua.

También aquí se pudrieron los restos de un insigne regidor de la ciudad, el cronista Bernal Díaz del Castillo, autor de la Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España, al que algunos estudios recientes parecen cuestionar su autoría insinuando la posibilidad de que fuera obra del mismísimo Hernán Cortés.

Lápida ubicada en las ruinas de la Catedral de Antigua que recuerda que aquí se dio sepultura a Pedro de Alvarado y su familia, así como al soldado y cronista Bernal Díaz del Castillo.

Los mayores edificios de la ciudad, por lo general eclesiásticos o monacales, no resistieron el empuje sísmico, logrando mantener apenas sus estructuras más vigorosas y dejando desplomar las cubiertas protectoras. Como gigantescos esqueletos a medio devorar por el tiempo, yerguen hoy sus osamentas incompletas a los embate de la lluvia y los aires cristalinos que descienden por las laderas que rodean el valle donde se asienta la ciudad.

Las tripas de la catedral, al aire del valle de Sacatepéquez


La Plaza Mayor fija el centro de gravedad de la ciudad. Su ubicación sirve para centrar el trazado a escuadra y cartabón de las cuadrículas que perfilan calles y manzanas, dibujando las cuadras por las que se distribuyen las viviendas.

El edificio de los Capitanes Generales, en la Plaza Mayor

La abundancia de monasterios, conventos e iglesias, en mejor o peor estado, reconstruidas o no, informa al viajero sobre la constante presencia de la cruz que, junto a la espada, protagonizaron la colonización hispánica.

Patio de las residencias monacales de la Merced

Patio y fuente en el semiderruido claustro del monasterio de la Merced

El paisaje interno de la ciudad, repartido por patios y estancias, alterna la presencia constante de la vida y la muerte, de la actividad y la memoria, en una reiteración que, lejos de resultar monótona, muestra una filosofía ciudadana sobre el devenir. 

Ruinas y estructuras vivas

Luces y sombras sobre un muro de Antigua

A menudo, entre las ruinas y las construcciones, se asoma la silueta del volcán de Agua. Aquí, desde Santa Clara.

Pasillos, salas  y corredores, congelados por el tiempo, en Santa Clara

Detalle ornamental en Santa Clara

Tras una historia convulsa y titubeante, Antigua, más que recuperar un pasado que no volverá pero tampoco se irá, renace como ciudad dinámica y vital que, desde la nostalgia de un pasado memorable, se reinventa hoy con orgullo.