GUATEMALA, TIERRA DE VOLCANES



 La espina dorsal de Guatemala es, como el conjunto de Centroamérica, de raíz telúrica.  Un rosario de volcanes advierten por doquier que nos encontramos en la frontera convulsa entre las placas tectónicas. Una ventana al inframundo de los mayas.


Las oscuras coladas del volcán Pacaya proceden de las erupciones de 2014. Las más claras datan del año 2010.

Muchos de los volcanes guatemaltecos se esfuerzan por emular en sus perfiles los trazos ingenuos de los dibujos piramidales que pintábamos en la infancia al dibujar las montañas ardientes. Otros alteran aquellos rasgos infantiles al mostrar las enormes cicatrices que dejaron las violentas erupciones que, de tanto en  tanto, experimentan.

Hay muy distinto grado de actividad en estos colosos orográficos que se rigen por relojes geológicos que nada tienen que ver con los nuestros. Algunos duermen su paz tensa desde tiempos inmemoriales, permitiendo que una vegetación juguetona y exploradora trepe por sus laderas. En su sopor milenario consienten incluso que superficies verdes o azuladas de aguas quietas se apropien de lo que una vez fue un cráter rugiente o una colosal caldera producto de una explosión inimaginable.

Hay otros, sin embargo, que advierten sobre un estado insomne liberando gases por los huecos de las fumarolas que ornan sus laderas con aromas azufrados. En ocasiones, esos colosos deciden aumentar el grado de aviso vomitando atronadoras y rítmicas explosiones de humos altivos con los que señalizan sobre el inestable humor del mundo subterráneo del que se alimentan.

PACAYA


El volcán Pacaya es uno de esos volcanes inquietos. Desde 1965  avisa reiteradamente de la actividad inquieta que alberga su cámara magmática. Avisos que, en 2010 y en 2014, se convirtieron en erupciones de lavas que enrojecieron sus laderas del estratovolcán de libro. Aquellas coladas hoy petrificadas en distintas tonalidades otorgan la variedad cromática que añade belleza a las laderas y malpaíses del volcán. 



El cono del Pacaya se inscribe en una gran caldera formada hace decenas de miles de años, en cuyo vasto interior se originaron nuevos edificios, de los que el principal es el actual cono activo.

Cráter del volcán Pacaya, sobre el que se advierte la actividad de las humeantes fumarolas




Las coladas del Pacaya, de diferentes edades, muestran tonalidades distintas que contrastan entre sí y con la lujuriante vegetación del entorno

Los perfiles de la caldera en la que se inscribe el Pacaya se dejan caminar hacia las alturas.


La energía albergada en forma de calor en las tripas de la zona volcánica del entorno del Pacaya alimenta una central geotérmica .

AGUA, FUEGO Y ACATENANGO


La ciudad de Antigua, cercada por los tres volcanes: de Agua, de Fuego y Acatenango, es uno de los enclaves vigilados por los señores de Xibalbá. La pirámide aparentemente tranquila del Volcán de Agua sepultó, sin embargo, en una gran inundación nacida de sus laderas, la primera ciudad de Santiago de los Caballeros, motivando su traslado al actual emplazamiento de Antigua.

Volcán de Agua desde el camino de subida al Pacaya



Volcán de Agua: el telón de fondo de la ciudad de Antigua





Enmarcando el geométrico enclave de Antigua, el Volcán de Agua, a la izquierda, y el conjunto Volcán de Fuego y Acatenango, a la derecha.

Sin embargo, el más temible de todos los gigantes que rodean Antigua es el Volcán de Fuego, que  denota constantemente su presencia con explosiones y volutas de humo para que nadie olvide que los señores de Xibalbá juegan todas las noches a la pelota con Hunahpú e Ixbalanqué.

Volcán de Fuego lanzando volutas de humo

CALDERA DE ATITLÁN, TOLIMÁN Y SAN PEDRO


La gran caldera de Atitlán está parcialmente cubierta por las azuladas aguas de un gran lago del mismo nombre, del que sobresalen los orgullosos conos de Tolimán y San Pedro.

Casi repetido por el perfil del Atitlán como si se tratase de su sombra, el cono del Tolimán se yergue a la izquierda, y el San Pedro a la derecha.

Impresiona recrear en la mente la colosal catástrofe que originó en su día el gran hueco que hoy rellenan las aguas hermosas del lago donde se ocultan los restos de una vieja ciudad maya que los arqueólogos submarinistas van desenmascarando de poco a poco.





El gran cono del Tolimán, siempre perfilado por el Atitlán, visto desde la otra orilla.


En realidad, la gran caldera de Atitlán no solo está ocupada por el lago, sino también por los grandes edificios volcánicos que elevan sus pirámides perfectas, surgidas en el interior de la gran sartén, recordando con ello que aquella explosión no significó el final de la actividad telúrica.

Los pueblos apostolares del Atitlán mojan sus pies en las orillas del lago, como en Santiago Atitlán. 

Delante y a la izquierda del volcán Tolimán se advierte el perfil de la serpiente boa que digiere un elefante. Una evidencia que, según El Principito, algunos mayores confunden con un sombrero, por lo que no les infunde miedo.

Tolimán con el Atitlán como sombra, detrás.